Fray Leopoldo de Alpandeire: "santo del pueblo", nos recuerda que todos podemos ser santos.


Evocación de su memoria ante el día de Todos los Santos

No destacó por su sabiduría ni por los cargos que ocupó. Su renombre no vino al compás de intervenciones suyas en los medios de comunicación. Ni destacó en las habilidades que nuestro mundo hoy premia y considera de éxito. La suya fue la vida de un hombre humilde, pobre, abnegado y escondido. Era hijo de campesinos y él fue campesino y pastor. Y después, durante larga y fecunda vida religiosa, sirvió como hortelano, sacristán y limosnero. Fue un limosnero evangélico, el fraile de la alforja al hombro, el humilde capuchino de las tres Ave Marías. Fue un contemplativo en la acción y en el compromiso por los pobres en medio del agua de las acequias, de las hortalizas y los frutales, de las flores en el altar y de la escucha y la mirada misericordiosas.
Fue un santo, a quien ahora la Iglesia está estudiando su canonización. Se cumplían 50 años de su muerte el pasado 9 de febrero. Y su nombre suscitó en vida y en muerte admiración y fervor popular. "¡Qué jaqueca, hermano, -confesó el día de sus bodas de oro religiosas- nos hacemos religiosos para servir a Dios en la oscuridad y van y nos sacan hasta en los papeles"...

“Con la vista en el suelo y el corazón en el cielo”

Vivió y sirvió con amor, con todo el amor del que era capaz, con todo el amor que recibía del Señor a manos llenas. Y vivió y sirvió "con la vista en el suelo y el corazón en el cielo". ¿Que qué hizo, que cuáles fueron sus grandes y sus grandes méritos? Amar y servir; amar y servir a todos, especialmente a los pobres y necesitados. Y repartir el amor de Dios porque "Dios da para todos". No tuvo otra meta ni otro programa ni otro lema que santificarse, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz. Su amor a Dios, la oración, el trabajo, el silencio, la devoción a la Virgen y la penitencia marcarán su vida. Y cuando hubo de salir a las calles y los caminos de los Cármenes granadinos, exhala a Dios, lo testimoniaba con su sola presencia, con su actitud de servicio y de acogida. Cargaba con la cruz de los demás y las gentes, al encontrarse con él, experimentaban que Dios mismo tomaba buena nota de sus preocupaciones y afanes.
Su vida tan llena de Jesucristo y su testimonio tan cabal y sencillo son el gemido de un pobre evangélico y su memoria emerge como luz espléndida y esperanzadora, como señal inequívoca de que Dios está con nosotros y nos visita a través de personas tan excepcionales y humildes como él.
¿Cómo quien? Como Francisco Tomás Márquez Sánchez, desde el 16 de noviembre de 1899 y ya hasta la eternidad, fray Leopoldo de Alpandeire. Fray Leopoldo y qué pregunten en Granada y en Andalucía entera quien fue fray Leopoldo, que lo saben hasta los niños, aunque lo llamaran y lo llamen fray Nipordo. Qué el interceda por nosotros, reavivemos en nosotros la llamada universal a la santidad y que nosotros oremos por su pronta canonización.