Homilía

P. Raniero Cantalamessa. Predicador de la Casa Pontificia

P. Raniero Cantalamessa. Predicador de la Casa Pontificia 

«En aquel tiempo dijo Jesús: —Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

YO  SOY  EL  BUEN PASTOR

IV Domingo de Pascua (Ciclo C) – 8 de mayo del 2022

Hechos 13,14. 43-52.; Apocalipsis 7, 9.14b-17; Juan 10,27-30

El buen Pastor. Vitral

El buen Pastor. Vitral

 

 

Los tres ciclos litúrgicos, en el IV Domingo de Pascua, traen un trozo del Evangelio de san Juan sobre el Buen Pastor. Después de habernos llevado, el domingo pasado, entre los pescadores, el Evangelio nos lleva hoy entre los pastores. Dos categorías de igual importancia en los Evangelios.

De una deriva el título de “pescadores de hombres”, de la otra el de “pastores de las almas”, dado a los apóstoles. La mayor parte de Judea era una alta llanura áspera y pedregosa, más adaptado al pastoreo que a la agricultura. La hierba era escasa y el rebaño tenía que trasladarse continuamente; no existían muros de protección y esto exigía la presencia constante del pastor en medio del rebaño.

Este es el retrato que nos ha dejado un viajero del siglo pasado en Palestina: “Cuando lo ves sobre un alto prado, desvelado, escrutando con la mirada la lejanía, expuesto a la intemperie, apoyado sobre su bastón, siempre atento a los movimientos del rebaño, comprendes por qué el pastor ha adquirido tal importancia en la historia de Israel, título dado al rey de Israel, y Cristo lo ha asumido como emblema de sacrificio de si mismo”.

En el Antiguo Testamento Dios mismo viene representado como pastor de su pueblo. “El Señor es mi pastor: nada me falta” (Sal. 23, 1). “Él es nuestro Dios, y nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía” (Sal. 95, 7). El futuro Mesías viene descrito con la misma imagen. “Como un pastor apacienta su rebaño y con su brazo los reúne: recoge entre sus brazos a los corderos, y trata con cuidado a las paridas” (Is. 40, 11).

Esta imagen ideal del pastor encuentra su plena realización en Cristo. Él es el buen pastor que va en busca de la oveja perdida, se compadece del pueblo porque lo ve “como ovejas sin pastor” (Mt 9, 36); llama a sus discípulos “mi pequeño rebaño” (Lc 12, 32). Pedro llama a Jesús “el pastor de nuestras almas” (1 Pd 2, 25) y la Carta a los Hebreos “el gran pastor de las ovejas” (Hb 13, 20).

De Jesús buen pastor el trozo evangélico de este domingo pone de relieve algunas características. La primera mira al conocimiento recíproco entre las ovejas y el pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”. En ciertos países de Europa el ganado lanar se cuida sobre todo por su carne, en Israel se cuidaban sobre todo por la lana y la leche. Por tanto las ovejas vivían años y años en compañía del pastor que acababa por conocer el carácter de cada una y a llamarla con algún afectuoso sobrenombre.

Está claro lo que Jesús quiere decir con estas imágenes. Él conoce a sus discípulos (y, en cuanto Dios a todos, los hombres), los conoce “por su nombre”, que para la Biblia quiere decir en su más íntima esencia. Él los ama con un amor personal que llega a cada uno como si fuese él el único que existe delante de Él. Ese único es cada uno de nosotros.

Otra cosa nos dice del buen pastor el trozo del Evangelio de hoy. Él da la vida a las ovejas y por las ovejas y nadie podrá quitárselas. La preocupación de los pastores de Israel eran los animales salvajes  –lobos e hienas–  y los ladrones. En lugares aislados ellos eran una amenaza constante. Era el momento en el que salía afuera la diferencia entre el verdadero pastor  –el que apacienta las ovejas de la familia, que tiene la vocación de pastor–  y el asalariado, que se pone al servicio de cualquier pastor únicamente por la paga que de él recibe, pero no ama, sino que más bien odia a las ovejas. Ante el peligro el mercenario huye y deja a las ovejas en poder del lobo o del ladrón; el verdadero pastor, por el contrario, afronta con valentía el peligro para salvar al rebaño.

Esto explica por qué la liturgia nos propone el Evangelio del buen pastor en el tiempo pascual: la pascua ha sido el momento en el que Cristo ha demostrado ser el buen pastor que da la vida por sus ovejas.