Homilía

P. Raniero Cantalamessa. Predicador de la Casa Pontificia

P. Raniero Cantalamessa. Predicador de la Casa Pontificia 

«En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: —Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».

Bautismo del Señor – (C) — 12 de enero del 2025
Isaías 40, 1-5. 9-11; Tito 2, 11-14; 3, 4-7; Lucas 3, 15-16. 21-22

DESCENDIÓ  SOBRE  ÉL  EL  ESPÍRITU  SANTO

 

 

 

Bautismo de Jesús en el Jordán. Murillo

Bautismo de Jesús en el Jordán. Murillo

La liturgia celebra hoy la fiesta del Bautismo de Jesús en el Jordán. El Evangelio de este día nos presenta, por así decirlo, la primera manifestación pública del Espíritu Santo y es esta la ocasión para hablar un poco sobre él. El Espíritu Santo no debe ser para nosotros ese “gran Desconocido”. La vida cristiana sin el Espíritu Santo es como un matrimonio sin amor.

Miguel Ángel nos ha dejado, tal vez sin quererlo, una de las más eficaces representaciones del Espíritu Santo en un fresco celebérrimo de la Capilla Sixtina. Dios Padre tiende el dedo de su mano derecha, lleno de energía, hacia Adán que yace en tierra, lánguido e inerte. De aquel toque, Adán recibirá la fuerza para ponerse en pie y convertirse en un “ser viviente”. “Dedo de Dios (o “dedo de la derecha del Padre”, como lo llama el Veni Creador) es uno de los nombres que la Escritura da al Espíritu Santo (Lc 11, 20). Es por su medio por el que nosotros recibimos la gracia que nos hace vivir.

Para descubrir el Espíritu Santo, la vía más sencilla es partir de las palabras del Credo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. En estas palabras se encierra lo esencial de nuestra fe en la tercera persona de la Trinidad. El título de “Señor” indica lo que el Espíritu Santo es (Dios de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo); la expresión “que da la vida” indica lo que el Espíritu Santo hace. Pero, ¿en qué sentido el Espíritu “da la vida”? ¿No nos la dan nuestros padres? Sí, la vida natural, nos la dan nuestros padres, pero la vida sobrenatural, o la vida eterna no nos la pueden dar nuestros padres. Nos la ha merecido Jesús con su muerte en cruz. Jesús dice a Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo: si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne y lo que nace del Espíritu es Espíritu” (Jn 3, 4-6).

La primera condición para obtener el Espíritu Santo es, por tanto, renacer del agua y del Espíritu, esto es recibir el bautismo. Y así, del bautismo de Jesús, pasamos con toda naturalidad a hablar de nuestro bautismo. El día de Pentecostés, Pedro dijo a la multitud: “Bautizaos para la remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech 2, 37ss). El bautismo es la puerta de ingreso en la salvación. Jesús mismo dice en el Evangelio: “El que crea y se bautice se salvará; pero el que no crea será condenado” (Mc 16, 16). Nadie admite hoy que por el simple hecho de no estar bautizado uno será condenado e irá al infierno.

Alguno se puede preguntar: “¿Qué pasa con los niños no nacidos, que no han podido vivir la aventura maravillosa de la vida?” Al responder debemos olvidarnos del limbo, como el mundo de lo irrealizado para siempre, sin pena ni gloria, donde terminarían los niños no bautizados. Esta doctrina ha sido ya abandonada por la Iglesia. El niño no nacido y el no bautizado va a unirse enseguida con los bienaventurados del paraíso. Su suerte no es diferente a la de los Santos Inocentes que festejamos poco después de Navidad. El motivo principal es que Dios es amor y que “quiere que todos los hombres se salven”, y Cristo ha muerto también por ellos.

Nos podemos preguntar si éstos llegarán o no a aquella madurez y plenitud que la naturaleza o el rechazo de los hombres les ha negado, o si seguirán en el cielo como seres “incompletos”. También a esta pregunta hay que responder afirmativamente. “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos” (Lc 20, 38). “Viven” en el sentido pleno de la palabra. Salvarse, significa alcanzar aquella plenitud humana que normalmente las personas alcanzan a través de una larga serie de experiencias. Todos estamos destinados a alcanzar “el estado del hombre perfecto, en la medida en que conviene a la plena madurez de Cristo” (Ef 4, 13).

Y esto vale para todos, no sólo para los niños no nacidos. “Todos seremos transformados (1 Cor 15, 51). ¿Quién de nosotros deja esta vida plenamente realizado? ¡Cuántas limitaciones físicas, intelectuales, se tienen en el momento de la muerte, incluso los más grandes genios! ¡Ay si en la otra vida consistiese en un estar fijos en el estado en el que nos ha encontrado la muerte! Las primeras palabras que Dios dice a los que llegan a él “de la gran tribulación del mundo” son “He aquí que yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc 21, 4-5).

Volvamos, para terminar, a la imagen del dedo de Dios de Miguel Ángel. Aquel Adán caído por tierra y necesitado de energía es cada uno de nosotros. El bautismo representa el primer contacto con aquel dedo divino que es el Espíritu Santo y que nos comunica energía y vida. Miguel Ángel cometió un único “error” en aquella pintura: no colocó junto a Adán a Eva. El dedo de Dios que es el Espíritu Santo se dirige hacia cada hombre y hacia cada mujer de la misma manera. Queda sólo que, desde la otra parte, haya alguien dispuesto a recibir el toque vivificador.