Obras Sociales

Hogar – Residencia de Fray Leopoldo

“El amor no pasa nunca”.

Fray Leopoldo de Alpandeire

Fray Leopoldo de Alpandeire

Esa breve y célebre fase de Pablo que san Agustín traduciría más tarde por “ama y haz lo que quieras”, fue actualizada en las últimas décadas por un gran teólogo de nuestro tiempo en esta lacónica expresión: “Sólo el amor es digno de fe”, que sería como el eco de aquella otra de san Pablo: “Sé de quien me he fiado”. Mirando en lontananza, la plurisecular historia de la Iglesia es toda ella una larga e inmensa historia de amor. Una infinita hilera de hombres y mujeres, santos y santas de todo tipo, edad y condición, que, fiándose del Amor, se han entregado y consagrado totalmente a él. Lazaretos, hospitales, clínicas, ambulatorios, leproserías, orfanatos, escuelas-hogar, residencias para huérfanos, enfermos de sida, madres solteras, minusválidos, tuberculosos, ancianos, enfermos psíquicos, enfermos terminales, personas sin hogar, disminuidos físicos y psíquicos… y así podríamos seguir enumerando hasta el infinito, han florecido por doquier y han sido el campo de trabajo y de acción de quienes han hecho del amor el centro de toda su vida, sabiendo, como escribió Santo Tomás, que “la bienaventuranza consistirá en un acto permanente de caridad”. Toda esta infinita labor es un canto primoroso al Amor de Dios. Un precioso himno de la Liturgia de las Horas, expresa así esta rica e intensa historia de amor: “A fuerza de amor humano / me abraso en amor divino. La santidad es camino / que va de mí hacia mi hermano. Me di sin tender la mano / para cobrar el favor; me di en salud y en dolor / a todos y de tal suerte / que me ha encontrado la muerte / sin nada más que el amor”. Una nube de amor rodea y empapa la existencia. Quien más ama tiene la razón. Los santos son la gente que amó.

Ingreso al Hogar Fray Leopoldo

Ingreso al Hogar Fray Leopoldo

Jesús considera como hecho a su propia persona cuanto hayamos hecho o dejado de hacer con cualquiera de nuestros prójimos. Y esto no a la manera de un rey que valorase como recibido por él mismo el tratamiento dado a un embajador suyo. La realidad se sitúa aquí en otro nivel mucho más profundo y verdadero: los servicios prestados o denegados al prójimo son realmente, efectivamente, servicios prestados o denegados al Hijo del hombre merced a esa unión tan íntima existente entre la cabeza y los miembros, unión que llega a constituir una indivisible unidad. Cristo mira cuanto se hace a uno de sus pequeños como miro yo los cuidados que se tienen con mi mano o mi pie enfermos. Las bocas hambrientas de los pobres son la boca de Cristo; la carne del pobre es la carne que la Virgen alimentó y los sayones azotaron. La caridad es el “camino” señalado por Jesús a nuestros pasos; ella constituye la “definición” de la vida cristiana. Un cristiano sin caridad sería tan monstruoso como un hombre sin humanidad.

“Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn. 4, 16). Toda la vida de Fr. Leopoldo fue un continuo acto de amor a Dios. Oraba con devoción, hablaba de Él, se encomendaba a Él, exhortaba a todos a que lo amaran. Se pasaba horas de adoración ante el sagrario. Y todo lo hacía por amor de Dios. Era un hombre de Dios, en la calle y en el convento, por sus virtudes y por su ejemplo. Buscaba siempre estar en unión con Dios. Daba gusto hablar con él porque siempre se sacaba algún provecho espiritual. Cuando escuchó por primera vez la frase “sea por amor de Dios”, le conmovió de tal manera que decidió actuar siempre con ese criterio. El amor a Dios era el eje y el motivo de toda su vida. Amó a Dios con toda su alma. Estaba siempre fijo como un halcón a la obra que Dios estaba realizando. Se le veía siempre como absorto en Dios y alejado de las cosas terrenas. Bastaba oírle silabear dulcemente las tres Avemarías, con aquella dulce lentitud tan suya, para advertir en él la presencia de un ‘algo’ que quemaba su vida entera en un inextinguible fuego interior.

La caridad es la forma de todas las virtudes. Su excelencia proviene de ser la virtud que más nos une a Dios. Del inmenso amor que Fr. Leopoldo nutría para con Dios brotaba, en consecuencia, un extraordinario amor al prójimo haciendo realidad el mandamiento del Señor de “amarnos como él nos ha amado”. Su caridad para con el prójimo era la puesta en práctica de las obras de misericordia. Veía a Dios reflejado en el prójimo, como ‘pedazos del Señor’. Era delicado, fino, educado, visitaba a los enfermos, consolaba a los abatidos, se esmeraba con todos; siempre servicial, sin alarde, sencillo en todo. En su oficio de limosnero enseñaba a los demás, en todo momento, el amor a Dios y al prójimo. Socorría especialmente a los pobres: ‘Me resisto — solía repetir — a ver a un pobre y no ayudarle con lo que tenía’. Y recomendaba a todos a no dejar nunca sin socorrer a los pobres.

Hogar - Residencia. Vista desde el patio

Hogar – Residencia. Vista desde el patio

Este amor a Dios y al prójimo, por parte de Fr. Leopoldo, se hace viva realidad que perpetua su inmensa caridad en el Hogar Residencia para personas de la tercera edad que la caridad de sus devotos levantó en Granada. El Hogar-Residencia de Fr. Leopoldo cumple este 9 de febrero de 2008, 27 años. Son 25 años de AMOR, así con mayúscula, de acogida a los sin techo, a los desamparados, de consuelo a los afligidos, de alegría a los tristes, de compañía a cuantos sienten el peso de la soledad. En el patio del Hogar, hay una fuente con una estatua en bronce del Siervo de Dios, en la que éste da a besar la cruz de su rosario a un niño que tiene un pedazo de pan en la mano y sobre cuya cabeza Fr. Leopoldo posa su mano en señal de cariñoso afecto; en la parte baja del monumento hay a derecha e izquierda, una mano, también de bronce, por las que el agua se desliza mansa y suavemente, prodigándose como la caridad de Fr. Leopoldo. Entre ambas manos, una placa de mármol lleva estas inscripciones: “Mucho me alegró y animó tu caridad, hermano, gracias a ti el pueblo fiel ha recibido alivio cordial” (Filemón, 7); “No esté tu mano extendida para recibir y cerrada para dar” (Eclo., 4, 31).

Aquellas manos que tantas veces se abrieron para recibir la limosna del pan de Dios, se abrían infinitamente más para dar y repartir la limosna del amor, del consuelo, — como el agua que se desliza por las manos de esta fuente –, capaz de aliviar y trasformar todo el dolor y el sufrimiento del ser humano.

Hoy, Fray Leopoldo, el fraile limosnero que se supo dar, perpetúa a través de este Hogar, la obra de su caridad sin límites. Desde esta Residencia, él hace realidad una y otra vez aquel carisma paulino, que lo distinguió en vida: “El que reparte, hágalo con generosidad”… (Rom. 12, 8).

Residentes, con empleadas, en una celebración

Residentes, con empleadas, en una celebración

El Hogar está climatizado y acoge a unos 100 ancianos fijos, en régimen de pensión completa, incluyendo, además, los servicios de lavado de ropa, limpieza de habitación diaria, asistencia y cuidados médicos, psicológicos, fisioterapéuticos, salas de Rehabilitación y Laborterapia, así como Biblioteca, sala de Cine, TV, sala de Juegos, Capilla… Además, organiza Conferencias, Excursiones, Visitas Culturales…

La Residencia está atendida por 46 empleados entre funcionarios y personas que tutelan, cuidan y supervisan el trabajo diario del personal de servicio (cocineras, limpiadoras, lavanderas, recepción, mantenimiento, administración, auxiliares de clínica, ATS-DVE, trabajadora social… ), y, cualificado (médicos, enfermeras…).

En el aspecto cultural, durante los 27 años que la Residencia lleva funcionando, ha colaborado con la Universidad de Granada en la realización de varias tesis doctorales sobre aspectos geriátricos, y, otros trabajos monográficos, con distintos departamentos de la misma universidad, sobre nutrición, dietética, psicología…

Todo ello hacen viva actualidad, una vez más, las palabras de Pablo: “El amor no pasa nunca”. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia”, pero el amor no pasa jamás.

Fray Leopoldo pervive hoy en esta obra de su amor y de su exquisita caridad hacia los demás, que es el Hogar – Residencia que lleva su nombre en el mismo espacio físico donde él vivió su gran aventura evangélica.